sábado, 21 de abril de 2012

Esas viñetas periodísticas

Cuando los espejos cóncavos deforman a España y ni los propios ciudadanos quieren verse reflejados en tan grotescos escenarios, siempre habrá un elemento, un personaje fuera de la realidad. Este personaje, sin embargo y a diferencia del resto de la sociedad que lo rodea, tiene la capacidad o  el sexto sentido de analizar de forma crítica lo que ve sin la ayuda de los espejos de Valle-Inclán. Solo le hace falta un lápiz y un papel, nada más. En ocasiones, solamente aguafuerte y una plancha de metal. La sátira es así. Simple, ingeniosa y acompañada de la mano un individuo capaz de alejarse de los cánones estéticos entre los que se mueve.

En la Real Academia de las Artes de San Fernando, en la calle Alcalá, a partir del pasado día 18, dos de estos individuos estarán reunidos dentro de una misma sala hasta junio de este año. El pasado y el presente. La ufana realidad de la Ilustración española y de la revolucionaria Transición  bajo la genialidad de Francisco de Goya y de Andrés Rábago respectivamente. La exposición, que está dedicada en principio a Rábago, permite la  inevitable comparación entre dos grandes genios de la sátira nacional.

El Roto es el seudónimo por el que conocen en la actualidad a Andrés Rábago (Madrid, 1947). Este señor tiene la costumbre de aparecer en blanco y negro. Le gusta buscar los recovecos del lenguaje burocrático y descubrir, entre líneas, los secretos de nuestros dirigentes. No es muy elocuente, no le gusta hablar. Pero, no obstante, sus escasas palabras están cargadas de un fuerte doble significado.

El Roto, sin embargo, tuvo un maestro. Era extraño, onírico, y crítico como nadie. Lo llamaban OPS, pero mantenía ese vínculo con Rábago. OPS dibujaba a la vez que dialogaba con su subconsciente. A primera vista, sus obras parecen  herederas directas del arte surrealista de Dalí o del arte dadaísta. O eso es lo que me parecían al entrar en la exposición. Estos grabados, registrados en periódicos de los años 60 y 70 como La Codorniz o Triunfo y enmarcados dentro de un contexto histórico difícil, critican de la forma más sutil posible una sociedad enrarecida y perdida en un bosque repleto de posibilidades de futuro. 

Goya, por su parte, sigue ahí, al final del pasillo, como avisándonos de que pase lo que pase, él será siempre la piedra angular española de este proyecto satírico. Sus planchas, hechas a mano por el propio Goya, muestran la eternidad de la copia y la exclusividad del incunable. Ese negativo fotográfico que nos decían nuestras madres que no tocásemos. Lo frágil y lo inmortal tras un cristal y una iluminación.

Entrar en la exposición es encontrarse inevitablemente con una  serie de obras caricaturizantes de la sociedad tan simpáticas como inquietantes. Unas imágenes que nos trasladan al recogimiento y a la reflexión. La Ría. Así se llama una de ellas, y es de OPS. Consta de seis dibujos y en ellos se puede observar como un individuo, frente a un pasillo, es absorbido por la ciudad en la que vive. Un genial símil que quiere reflejar la infinita tendencia de caer en la masa. La dichosa cualidad humana de intentar ser invisible.  Lo grotesco y lo satírico se une. Rábago tiene esa capacidad, y más si es la época OPS. 

No voy a recomendar a nadie que visite esta exposición. La bipolaridad de sensaciones siempre va a estar ahí y la indiferencia llama más de una vez a la puerta. Solamente os otorgo mi testimonio, mi reflexión de una pequeña exposición donde la burocracia está empalada de boca a ano y viceversa. 

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