lunes, 5 de marzo de 2012

Vistiendo de verde y oro, como cualquiera

Hablamos, comemos, dormimos, amamos, andamos, protestamos, estudiamos, leemos, saludamos, despreciamos, alabamos...así como miles de verbos que indican una cierta acción y una cierta consecuencia. El hombre, por sí, se mueve. Una función inquieta que dentro de lo que cabe aceptamos, que nunca o casi nunca, apreciamos y que, como todo, tiene un determinado origen. 

Hoy, de forma súbita y documentada, me atrevo a decir que conozco uno de los pilares por los que el hombre, se mueve y hace que todos los verbos que antes he citado sean posibles y puedan tener una existencia justificada en el uso dentro de la RAE. Todo se resume en un solo sustantivo: morbo.

Este jueves, tras un hipervínculo, me encontré con una noticia que se convirtió en el detonante de todas las sospechas que tenía encima de este sustantivo. El domingo día cuatro de marzo, Juan José Padilla iba a ponerse delante de un toro por primera vez después de que en Zaragoza, en octubre del pasado año, otro morlaco se llevase en la punta de su pitón la visión de su ojo izquierdo.

En teoría, una noticia como esta no debería ir más allá de los reconocimientos de superación o de valentía hacia un sujeto que sinceramente, en escasos meses, le ha plantado cara a un oficio por el que siente pasión y por el que literalmente muere. Sin embargo, las fronteras de lo alabable en los medios no existen. Si existe un móvil que pueda mover masas basándose en criterios emotivos y puramente estéticos, exprímelo hasta que el toro de Padilla (o el mismo Padilla, si cabe por duro que parezca) derrame su última gota. ¡Qué no caigan los debates, qué se revolucionen los informativos! A falta de héroes contemporáneos, vamos a crear los nuestros. 
(Véase ésto)

Lo comercial es lo que vende y si se tienen conocimientos de sociología mejor que mejor. 

Seamos honestos, seamos fieles a la verdadera función de nuestro ser: la vocación. El periodista no debería acabar en la polémica, en el sensacionalismo. Si hemos elegido esta profesión es porque, al igual que el torero que se enfrenta a un par de pitones que pueden sacarte un ojo, el profesional vocacional no se acobarda, no se amilana ante las situaciones. El profesional vocacional se ha educado en querer a su profesión y en conseguir el más difícil todavía, en matar por un simple reportaje que solo tiene el objetivo de informar.

Quitémonos estereotipos, quitémonos antifaces. Cojamos la noticia de Padilla y, como críticos, leámosla de arriba a abajo y hagamos de ella una nueva síntesis. Una síntesis que incita a un inevitable paralelismo y que destruye el hecho noticioso en su totalidad. Simplemente, Padilla, al igual que multitud de personas anónimas en este país y dejando de un lado ideologías y polémicas, es una de esos individuos a los que le da igual que su trabajo les de un revolcón. Porque lo aman. Porque han creído en la vocación.



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