Acababa de leer mi preámbulo cuando rompiste en trozos la carta de presentación. En tu universo el orden no existe. Son trozos de polvo que chocan, se unen y al abrirse conciben algo parecido a besos que saben a sal. La excepción se convierte en tu identidad mientras que la lluvia, como elemento que precipita, moja los párpados y se evapora. Ya sé que es muy dificil interpretarlo, pero mi silencio no es más que un grito desesperado que intenta alcanzar a tu olor. La complejidad y ambigüedad de las palabras, por su parte, un mero trámite para esconderme detrás de la cobardía.
Un infinito negro y sin horizonte se abre en mi camino y no sé que dirección escoger. Mi argumento sucumbe al tuyo y te sigo. Parece que todo va bien. No obstante, en un breve instante, pienso, reflexiono. Guiarme parece que no es lo tuyo y ser yo el guiado, una cualidad que se me ha atribuido sin ser para nada innata. A veces las sombras caen sobre tu espalda y me ciego. Me ciego hasta tal punto que los barrancos se abren a mi lado y la pared blanca de cal inunda mi visión.
La limitada paradoja sobre paradojas e hipocresías, sin embargo, ha facilitado que todas las vocales y consonantes de nuestro vocabulario queden unidas. Tu actitud me ha abierto la mente, conozco nuevas líneas, nuevas directrices en un mundo donde hasta ahora y sin ti solo existían dogmas.
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