martes, 27 de diciembre de 2011

Rellenando entre disyuntivas.

Blanco, como el cielo cuando deslumbra demasiado el sol, como el humor de ojo derramado. Rojo, como la sangre que viertes mientras una daga te atraviesa, como la manzana que mordiste mientras dormía. Azul, como el cristal roto, como las moscas en el pescado, como tu sonrisa. Verde, como la hierba, como una mente vacía, como un ser sin ser, como todos, como todo. Amarillo, como mi esperanza, como un septiembre que acaba, como una soga al cuello como tus labios con mis labios, como una trompeta con sordina, como un grito vacío e insípido. Gris, como los bocados de viento, como las huellas de tus dedos en mi espalda, como tu cazadora, como Madrid.
Negro, nada.

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Intentaba arrastrarme lo que podía por sucias calles donde blancos duendes jugaban a ser amos y dueños de su existencia. Los dedos chocaban con cuerdas rociadas de canto de cuco y de quejidos agónicos. Mi mente ya no me pertenecía, lo interno me sucumbía y me dejaba llevar. Indirectamente esnifaba cal de aquellas paredes, me dormía, cabeceaba sin rumbo, cual caballo con orejeras. Las palmadas, los quejidos y los rugidos en el horizonte eran impasibles y aquella muerte dormida en pijamas de caoba y marfil me rondaba sin parar. Una crítica paranoica se disponía a lanzarse al vacío mientras Granada le tosía en la nuca aromas de canela.

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Desear se acaba cuando el deseo no es más que un deseo . Desesperación.

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Y ahora, ¿Qué?