jueves, 13 de octubre de 2011

Retomando.

Oler, mascar, desaparecer.
El agujero me absorbía, caía a un precipicio de paredes lisas y de oscuro fondo. Mis brazos se disolvían entre la penumbra y la mente era sólo polvo de antiguos libros.
Un infinito monte azul oscurecía la blancura de la la llanura. Salir de la pasividad rompía el eje de vuestra casa consistorial y os tapasteis los ojos con ramas de olivo.
Desde mi hoyo no se veía la salida. Querer, nada más que una consecuencia fatal por vivir.

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Tras la tempestad siempre viene el frío. Que tu cielo se junte con mi suelo no fue más que pura suerte. Ayer era un hombre abatido, desolado. Mis manos no eran más que huesos sin pellejo, carne disuelta entre rencores y desesperanzas, lluvia que llueve. Mi pasado era un futuro que no llegaba, un mañana que nunca era hoy y, sin proponértelo, hiciste de un chasquido de dedos, veintidós.
Estatuas sin cabeza se agolpan en el salón de mi recuerdo, pipas que ardieron por dentro, musas que se peleaban en mis espaldas. En el pasillo, sin embargo, un largo camino de negra tinta me recorre hasta tu vestido color azabache.
El olor llega a los pulmones, la sal a mi corazón.

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